“DESHOJANDO
CARICIAS AL VIENTO”
AUTOR:
DAVE M.L.S. MARTINS
La música de
Mozart, danza en mis oídos. Mientras camino por los lunares
de la fragante
luna, de tus volcánicos pezones de ciruela, mis manos tejen estrellas. Abrazos
imaginarios nadan en los revoltosos maremotos de tu piel cubierta de besos.
De tus ojos siderales,entre cúpulas de algodones y hierba fresca. Mojo tu sexo,
tatuado de guirnaldas y jazmines, con la savia almibarada del celestial rocío de
mis besos. Entre sueños.
De esos besos que diluvian en tu piel, que deshojan hechizos de volutas de cielo, que
calcinan el sol, como lenguas de magia,sedientas de fuego. Sedientas de amor.
luna, de tus volcánicos pezones de ciruela, mis manos tejen estrellas. Abrazos
imaginarios nadan en los revoltosos maremotos de tu piel cubierta de besos.
De tus ojos siderales,entre cúpulas de algodones y hierba fresca. Mojo tu sexo,
tatuado de guirnaldas y jazmines, con la savia almibarada del celestial rocío de
mis besos. Entre sueños.
De esos besos que diluvian en tu piel, que deshojan hechizos de volutas de cielo, que
calcinan el sol, como lenguas de magia,sedientas de fuego. Sedientas de amor.
Y subo a mi balsa de
polvo de estrellas. Y recorro tus mares, de siluetas vacías.
Mientras
el rosado pomelo del
ocaso, se despide de mis ojos. Ojos que jamás volverán a
pestañear,bajo el apasionado rosa intenso de sus alas. Y punzó mi pecho el dolor y
sangró mi piel cobriza, el veneno carmesí de tu diabólica sonrisa. Y el río Po, se devoró,
hasta los últimos vestigios de mis huesos. Cerré mis ojos, mientras moría. Y me perdí
entre las galaxias, del frío sueño de Morfeo.
pestañear,bajo el apasionado rosa intenso de sus alas. Y punzó mi pecho el dolor y
sangró mi piel cobriza, el veneno carmesí de tu diabólica sonrisa. Y el río Po, se devoró,
hasta los últimos vestigios de mis huesos. Cerré mis ojos, mientras moría. Y me perdí
entre las galaxias, del frío sueño de Morfeo.
Y
desperté, en un infierno de cristal, tan lejano y tan vacío,
similar al Polo Norte. Y
caminé,
bajo la prístina corteza de los cancerígenos cristales del
silencio. Pero no te
hallé.
Y súbitamente, el viento sopló. Como un huracán desgarrador y
mortal. Y nevó.
Y
una lágrima de nieve, arañó la investidura de el puto
verano de mis labios. Y creí
divisar
a lo lejos, un jardín de mariposas, que bailoteaban en el aire de
los suspiros
de
las diosas. Y corrí, como un potrillo desbocado rumbo a su
encuentro. Pero al
llegar
allí, ese dulce espejismo se derrumbó, como un Torre de
Babel hecha de
naipes,o el vacío existencial de la sideral elipsis, del letal humo de un cigarrillo.
naipes,o el vacío existencial de la sideral elipsis, del letal humo de un cigarrillo.
¡Qué
visceral dolor!_ aulló mi alma como el demonio, bajo el gris
caparazón de un
corazón
vuelto cenizas.
Y
te lloré. Te lloré en blanco y en negro. E imaginé que volabas,
como un barrilete con
destino
a Marte, o la colorida pincelada de una ardiente supernova,
galopando como
un
beso, tras un festival de arcadas, vomitando el epiléptico veneno de
su adiós.
En
ese preciso instante, miré el cielo. Y los huracanes de mi alma, habían
despellejado
pueblos y ciudades. Y justo en ese instante, un objeto inanimado, se estrelló cual
meteoro sobre la tierra. Se trataba de una paloma herida. Con una herida mortal. Y
Lucifer,se sentó en el banco. En el banco de granito de la plazoleta de mi vida. Y
acto seguido, tras mofarse en mis narices, lanzó un feroz escupitajo sobre sus alas
sin raíces y le dictaminó pena de muerte, tornando en sangre, sus cicatrices. Y justo
en ese mismo momento, sopló mi paupérrima esperanza, con la potencia de un alud.
Y morí como un rufián alcanzado por balazos, moribundo entre las sombras y
adormecido en tu regazo, plantaron mis lágrimas su cruz, y el viento ahogó la luz del
alma. Y aquí estoy, deshojando caricias al viento. Pues esa paloma, mi dulce amada,
esa paloma… ¡eras tú!
pueblos y ciudades. Y justo en ese instante, un objeto inanimado, se estrelló cual
meteoro sobre la tierra. Se trataba de una paloma herida. Con una herida mortal. Y
Lucifer,se sentó en el banco. En el banco de granito de la plazoleta de mi vida. Y
acto seguido, tras mofarse en mis narices, lanzó un feroz escupitajo sobre sus alas
sin raíces y le dictaminó pena de muerte, tornando en sangre, sus cicatrices. Y justo
en ese mismo momento, sopló mi paupérrima esperanza, con la potencia de un alud.
Y morí como un rufián alcanzado por balazos, moribundo entre las sombras y
adormecido en tu regazo, plantaron mis lágrimas su cruz, y el viento ahogó la luz del
alma. Y aquí estoy, deshojando caricias al viento. Pues esa paloma, mi dulce amada,
esa paloma… ¡eras tú!
No hay comentarios:
Publicar un comentario